El pasado viernes, las tensiones geopolíticas en Oriente Medio se intensificaron bruscamente tras el colapso repentino de la sexta ronda de negociaciones entre EE. UU. e Irán, lo que desató una fuerte volatilidad en los mercados. La demanda de activos refugio aumentó y el temor a interrupciones en el suministro impulsó el precio del crudo WTI en el mercado spot hasta los 76 dólares por barril, su nivel más alto desde enero de 2025.
Los mercados empiezan a reevaluar el posible impacto que un conflicto militar podría tener sobre la producción y las infraestructuras de transporte de petróleo en Oriente Medio, así como las implicaciones de una posible implicación directa de EE. UU.
Aunque los choques desde el lado de la oferta se concentran en Oriente Medio, el verdadero árbitro del poder de fijación de precios del crudo en el futuro podría no ser el productor, sino el mayor comprador mundial: China. Para el mayor importador de petróleo del mundo, la reciente agitación geopolítica representa tanto un amplificador a corto plazo de la inflación importada como una prueba de resistencia para la seguridad energética y las reservas estratégicas a medio y largo plazo.
Hasta la fecha, el conflicto no ha afectado directamente a infraestructuras energéticas críticas, pero la seguridad de los envíos de petróleo a través del Estrecho de Ormuz sigue siendo el “cisne negro” más temido del mercado energético. Este estrecho canal concentra casi una quinta parte de los envíos globales de petróleo, con volúmenes diarios que superan los 21 millones de barriles. Un cierre o interrupción en esta zona dispararía los costes de transporte y seguros, obligando posiblemente a los compradores a redirigir sus suministros y provocando una drástica reconfiguración de las cadenas de suministro globales.
Dicho esto, basándonos en precedentes históricos y en la dinámica geopolítica actual, un bloqueo total sigue siendo altamente improbable. Factores como las limitaciones económicas de Irán, sus lazos diplomáticos con vecinos como Omán y las capacidades militares de EE. UU. y sus aliados hacen que un escenario de “cierre total” sea más bien un riesgo extremo amplificado por el mercado durante momentos de alta volatilidad que una previsión base.
Incluso si este evento de baja probabilidad se produjera, rutas alternativas como el oleoducto de Abu Dabi (con una capacidad de alrededor de 1,5 millones de barriles diarios) y el oleoducto Este-Oeste (alrededor de 5 millones de barriles diarios), operados por Arabia Saudí, Irak y los Emiratos Árabes Unidos, podrían compensar parcialmente las interrupciones en las exportaciones.
De enero a mayo de 2025, las exportaciones de petróleo de Irán promediaron aproximadamente 1,64 millones de barriles diarios, con una parte significativa destinada a los mercados asiáticos. A primera vista, cualquier interrupción en las exportaciones iraníes supondría un riesgo de suministro para China. Sin embargo, la capacidad de China para resistir una interrupción del crudo iraní ha aumentado considerablemente.
China ha diversificado progresivamente sus fuentes de importación para reducir costes y mitigar riesgos. En el primer semestre de 2023, Irán fue el tercer mayor proveedor de crudo de China. Sin embargo, desde 2024, su posición ha sido superada por Rusia (alrededor del 20 %), Arabia Saudí (aproximadamente 14 %) y Malasia (alrededor del 13 %).
Cabe destacar que el crudo ruso se liquida cada vez más en yuanes (RMB) a través de un mecanismo comercial en maduración que, en parte, elude el sistema del dólar estadounidense, lo que reduce considerablemente la vulnerabilidad ante sanciones.
Además, la incertidumbre sobre las exportaciones iraníes a China ha aumentado, impulsada por incumplimientos unilaterales de contratos, la suspensión de entregas de crudo acordado en diciembre de 2024 y asuntos pendientes como los 25 millones de barriles retenidos en puertos desde 2018. Las empresas chinas consideran cada vez más a Irán como un proveedor “competitivo en precio, pero de alto riesgo”, lo que está impulsando un giro estratégico hacia alternativas más estables, como Rusia.
En consecuencia, a pesar de que Irán alcanzó en mayo un nivel de producción máximo en seis años, con 3,36 millones de barriles diarios, sus exportaciones a China han descendido de 1,5 millones a menos de 1,2 millones de barriles diarios. Si el conflicto reduce aún más las exportaciones iraníes, el suministro de crudo a China podría verse presionado, pero el impacto debería seguir siendo limitado.
Por el lado de la demanda, el mercado de crudo de China sigue moderado, actuando en cierta medida como un “amortiguador” que mitiga el impacto económico directo del aumento de los precios. Los datos aduaneros muestran una caída interanual del 27 % en las importaciones de productos refinados durante los primeros cinco meses de 2025, reflejo tanto de la débil demanda externa como de una recuperación interna aún incompleta. En otras palabras, el encarecimiento del crudo aún no se ha visto amplificado por un fuerte consumo interno.
Desde un punto de vista estructural, aunque algunas refinerías están en mantenimiento estacional, la producción industrial de crudo y los niveles de utilización de refinerías se mantienen relativamente estables. Esta dinámica de “débil demanda y oferta estable” brinda a China margen de maniobra en política económica.
A corto plazo, la subida de los precios internacionales del petróleo no supone una amenaza sustancial para el sistema de suministro energético de China. La verdadera preocupación es cómo se trasladarán estos mayores costes energéticos al procesamiento intermedio, la manufactura y el consumo.
El crudo, como materia prima fundamental, traslada rápidamente las subidas de precio al transporte, la industria química y las cadenas manufactureras, empujando al alza el IPC y ejerciendo una presión latente sobre la macroeconomía.
En mi opinión, esta presión inflacionaria reducirá los márgenes de beneficio —especialmente en sectores como el transporte, los materiales de construcción y la agroindustria— y minará la confianza del consumidor, retrasando la recuperación de la demanda. De forma crucial, la recuperación económica de China aún depende en gran medida del apoyo político. Si las expectativas de inflación se descontrolan, la flexibilidad de la política monetaria se verá reducida, obligando a un ritmo de estímulo más cauteloso y complicando el equilibrio entre “estabilidad del crecimiento” y “control de la inflación”.
Creo que las autoridades acelerarán la implementación de medidas selectivas, incluyendo estímulos fiscales adicionales y recortes temporales de impuestos y tasas para industrias intensivas en energía; desvinculación temporal de los precios domésticos de los productos refinados respecto al mercado internacional; y uso de reservas estratégicas de crudo para estabilizar precios internos y expectativas. Los recientes aumentos en la cuota de importaciones desde Rusia y Arabia Saudí también reflejan esfuerzos por aprovechar descuentos y cubrirse frente a posibles interrupciones de suministro.
Al mismo tiempo, un aumento fuerte en la factura de importaciones energéticas podría presionar la balanza por cuenta corriente de China, especialmente en un contexto de debilidad exportadora. Esto podría alimentar expectativas indirectas de depreciación del yuan y preocupaciones por salida de capitales. Aunque manejable a corto plazo, la confianza del inversor podría inclinarse cada vez más hacia sectores de recursos como petróleo, carbón y gas natural, en detrimento de sectores con presión de costes como la manufactura y el transporte.
Comparado con la postura de “todo o nada” de Irán, un escenario más probable sería un acuerdo entre EE. UU. e Irán que pause el enriquecimiento de uranio a niveles elevados, lo cual podría aliviar los precios del petróleo. No obstante, si Israel ataca instalaciones iraníes o se bloquea el Estrecho de Ormuz, desencadenando un conflicto localizado, los precios del crudo podrían dispararse rápidamente a corto plazo.
Para China, una gran interrupción del suministro supondría principalmente una presión inflacionaria, seguida de retos en seguridad energética y política económica. Sin embargo, la diversificación energética y las reservas estratégicas de China proporcionan amortiguadores que mantienen los riesgos sistémicos relativamente controlados.
Más allá de los factores geopolíticos, hay dos impulsores adicionales que pueden influir en los precios del petróleo a corto plazo. Primero, la próxima reunión ministerial de la OPEP+ el 6 de julio. Aunque actualmente se espera que los aumentos de producción continúen, los recientes repuntes en precios podrían llevar a los productores a reconsiderar el ritmo de crecimiento de la oferta. Señales de una “pausa en la producción” o de “flexibilidad ante el mercado” probablemente se interpretarían como un intento de estabilizar precios, ofreciendo un fuerte soporte a la baja.
Segundo, con la temporada de conducción de verano en marcha en EE. UU. y Europa, el consumo de gasolina y diésel aumentará considerablemente. Si los inventarios de crudo disminuyen más rápido de lo previsto en las próximas semanas, se reforzarán las expectativas de recuperación de la demanda, dando aún más impulso al alza de los precios del petróleo. Especialmente con un aumento en la utilización de refinerías y cadenas de suministro aún no completamente normalizadas, el consumo estacional y posibles desajustes entre oferta y demanda podrían llevar los precios aún más arriba.
En resumen, aunque la demanda moderada actual y el suministro estable aíslan temporalmente a China del impacto del encarecimiento del petróleo, conviene mantener la vigilancia ante el riesgo de inflación importada si los precios y la demanda aumentan simultáneamente junto con la recuperación externa y la temporada alta de viajes.